Hoy nos reunimos para honrar una verdad universal, una que nos atraviesa a todos sin excepción: el paso del tiempo. Celebramos el Día Internacional de las Personas de Edad, una fecha para detenernos, para mirar a nuestros mayores no como un grupo ajeno, sino como el espejo de nuestro propio futuro y el archivo vivo de nuestro pasado colectivo.Sus manos, surcadas por el tiempo, no son solo líneas en la piel. Son el mapa de batallas ganadas, de trabajos honrados, de caricias que consolaron, de objetos que construyeron el mundo que hoy habitamos. Esas manos que mecieron cunas, que empuñaron herramientas, que acariciaron rostros y que enjugaron lágrimas, son los cimientos sobre los que se erige nuestro presente. Cada arruga es una página de un diario íntimo que narra una vida de esfuerzo, de amor, de resiliencia. En sus ojos, a veces cansados, pero siempre llenos de una luz singular, reside una sabiduría que no se aprende en los libros. Es la sabiduría de quien ha visto caer y levantarse el sol incontables veces, de quien conoce el peso de las pérdidas y la dulzura de los reencuentros.Ellos son los guardianes de nuestra memoria. En sus voces llevan las canciones de antaño, las historias de un pueblo, los relatos de una familia. Son el puente tangible con épocas que para nosotros son solo fotografías en blanco y negro. Nos recuerdan de dónde venimos, qué sacrificios se hicieron, qué valores sostuvieron a las generaciones anteriores. Su testimonio es un antídoto contra la desmemoria, un recordatorio de que la vida es un ciclo continuo, un hilo que se teje entre el ayer, el hoy y el mañana.Sin embargo, en nuestra prisa por vivir, en este mundo que a menudo idolatra la juventud y la novedad, corremos el riesgo de dejar atrás a quienes tienen más para dar. El ageísmo, esa discriminación silenciosa basada en la edad, es una herida para toda la sociedad. Marginarlos, subestimarlos o, lo que es peor, volverlos invisibles, es como cortar las raíces de un árbol milenario. Un árbol sin raíces, por más frondoso que parezca, está condenado a caer.Celebrar este día es, por tanto, un acto de justicia y de profunda inteligencia colectiva. Es reconocer que una sociedad que cuida a sus mayores es una sociedad que se cuida a sí misma. Es entender que el verdadero progreso no se mide solo en avances tecnológicos, sino en la calidad humana con la que tratamos a cada uno de nuestros miembros, especialmente a los más vulnerables. Debemos construir comunidades que no solo incluyan a las personas mayores, sino que las valoren activamente, que les permitan participar, que escuchen sus consejos y que se beneficien de su experiencia incomparable.Hoy es el día de agradecer. De agradecer su fortaleza, su legado, su amor. De escuchar con paciencia las historias que hemos oído mil veces, porque en cada repetición hay un nuevo matiz, una emoción que se había escapado. Es el día de aprender de su serenidad frente a la adversidad, de su capacidad para encontrar alegría en los pequeños detalles. Es el día de devolverles, con nuestro respeto y nuestra compañía, una mínima parte de todo lo que nos han dado.Que este Día Internacional de las Personas de Edad no sea solo una efeméride en el calendario. Que sea un compromiso diario. Un compromiso de tender la mano, de crear espacios de encuentro, de luchar contra el olvido y la indiferencia. Porque honrarlos a ellos es honrar la vida en toda su plenitud. Es reconocer que cada etapa tiene su belleza y su propósito, y que la vejez, con sus canas y sus recuerdos, es la corona de una existencia bien vivida. Ellos son nuestra brújula moral, nuestro ancla al pasado y la semilla de la que brotará nuestro futuro. Cuidémoslos, valoremoslos, amémoslos. Porque en el reflejo de sus ojos, tarde o temprano, veremos nuestro propio rostro.
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