Hoy nos reunimos con un propósito común: alzar la voz por los millones de personas que conviven, a menudo en silencio, con la hepatitis C. Este no es solo un día en el calendario; es un recordatorio mundial de una batalla que se puede y se debe ganar.La hepatitis C es una enfermedad silenciosa. Puede vivir en una persona durante décadas sin mostrar un solo síntoma, dañando lentamente el hígado, sin que nadie lo sepa. Es esta característica la que la hace tan traicionera. Muchas personas descubren que han estado infectadas años después, cuando el hígado ya está seriamente afectado. Por eso se la llama con razón la epidemia silenciosa.Pero hoy, ese silencio se rompe. Hoy hablamos de esperanza. Porque si hay un mensaje que debemos gritar a los cuatro vientos es este: la hepatitis C tiene cura. Los avances científicos de los últimos años han sido extraordinarios. Existen tratamientos revolucionarios, sencillos, de corta duración y con pocos efectos secundarios, que pueden eliminar el virus del organismo por completo. Curar la hepatitis C es hoy una realidad médica. Es uno de los triunfos más grandes de la medicina moderna.Sin embargo, este triunfo está incompleto si no llega a todos. La falta de información, el estigma y las barreras en el acceso a los sistemas de salud son muros que todavía tenemos que derribar. Muchas personas, por miedo o por desconocimiento, no se hacen la prueba. Y sin un diagnóstico, no hay tratamiento posible. La prueba es el primer y más crucial paso. Un simple análisis de sangre puede marcar la diferencia entre una enfermedad crónica y una vida sana.Este día es, por tanto, un llamado a la acción. Una exhortación a los gobiernos, a las instituciones sanitarias y a la sociedad en su conjunto. Debemos redoblar los esfuerzos para facilitar el acceso universal al diagnóstico y al tratamiento. Debemos implementar programas de cribado activos, especialmente entre las poblaciones más vulnerables. Debemos educar, informar y desterrar el estigma que rodea a esta enfermedad. La hepatitis C no entiende de clases sociales, de géneros ni de edades. Cualquier persona puede estar en riesgo, especialmente quienes recibieron transfusiones de sangre antes de los años noventa, o quienes han estado expuestos a material médico no esterilizado.Pero también es un día para el reconocimiento. Para honrar la valentía de quienes han enfrentado la enfermedad, a los que se curaron y a los que luchan por hacerlo. Para recordar a aquellos que perdieron la batalla cuando los tratamientos no existían. Su memoria nos impulsa a seguir adelante.Y es un día de agradecimiento. A los investigadores, a los médicos, a las enfermeras, al personal sanitario y a las asociaciones de pacientes que no descansan. Su dedicación es el faro que guía este camino hacia la eliminación de la hepatitis C.Imaginemos un mundo donde la hepatitis C sea solo un recuerdo, un capítulo cerrado en los libros de historia de la medicina. Ese es el objetivo que nos une. La meta de la Organización Mundial de la Salud es clara: eliminar la hepatitis C como problema de salud pública para el año dos mil treinta. Es un objetivo ambicioso, pero absolutamente alcanzable si trabajamos juntos.Cada persona diagnosticada es una victoria. Cada persona curada es una vida recuperada. Hoy, en el Día Internacional de la Hepatitis C, renovemos nuestro compromiso. Hablemos de ello. Informémonos. Hagámonos la prueba. Exijamos acceso. Rompamos el silencio y convirtamos la esperanza en realidad.
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