Hoy nos reunimos para conmemorar el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia. Esta fecha no es una celebración de la ofensa gratuita, ni un himno al irrespeto. Es, ante todo, una reafirmación solemne de un principio fundamental: la libertad de pensamiento y de expresión en su forma más cruda y necesaria.La blasfemia, el acto de insultar o mostrar falta de respeto hacia lo que otros consideran sagrado, es un concepto tan antiguo como la propia humanidad. Durante siglos, fue reprimida con la fuerza de la ley y el fuego de la intolerancia. Criticar a una deidad, cuestionar un dogma o burlarse de un símbolo religioso era un crimen castigado a menudo con la muerte. Este día nos recuerda que el derecho a blasfemar es, en esencia, el derecho a disentir de la ortodoxia, a desafiar el poder incuestionable de lo divino en los asuntos humanos.¿Por qué es tan crucial este derecho? Porque es el termómetro que mide la salud de nuestra libertad de expresión. Si una sociedad permite decir solo lo que es inofensivo, lo que no molesta, lo que se alinea con las creencias mayoritarias, entonces esa sociedad no es realmente libre. La libertad de expresión existe precisamente para proteger las ideas impopulares, las críticas incómodas y las opiniones que hieren sensibilidades. El derecho a blasfemar es la última trinchera de esta libertad. Es la garantía de que ninguna idea, por sagrada que sea, está por encima del escrutinio, la sátira o la crítica.Pensemos en los grandes pensadores, científicos y artistas a lo largo de la historia. Giordano Bruno, Galileo Galilei, Salman Rushdie, quienes con sus palabras e ideas desafiaron lo establecido y pagaron un precio terrible por ello. Su blasfemia no era un mero capricho ofensivo; era la chispa del progreso, el desafío necesario contra la tiranía del pensamiento único. Sin la posibilidad de blasfemar, de cuestionar lo intocable, la ciencia, la filosofía y el arte se estancan, se convierten en siervos del dogma.Este derecho es también un pilar fundamental para la convivencia en sociedades plurales y secularizadas. En un mundo donde conviven multitud de creencias, la única forma de garantizar la igualdad es estableciendo que ninguna fe tiene derecho a un trato especial, a una protección extra contra la crítica. Si una religión puede silenciar a sus detractores, entonces todas las demás también lo querrán, y la esfera pública se convertirá en un campo de batalla donde los más sensibles o los más poderosos impondrán su veto. El derecho a blasfemar nivela el terreno de juego: todas las ideas, religiosas o no, están sujetas al mismo debate, a la misma ridiculización potencial.Por supuesto, este derecho conlleva una responsabilidad. Nadie está obligado a blasfemar. La cortesía y el respeto por los sentimientos de los demás son virtudes cívicas valiosas. Pero es fundamental entender que lo que es optional para el individuo como cortesía, no puede ser impuesto por la ley como censura. La elección de no ofender es personal; la prohibición de poder ofender es tiranía.Conmemorar este día es honrar la memoria de quienes fueron perseguidos, encarcelados o asesinados por atreverse a pensar y a hablar. Es un recordatorio de que la libertad de conciencia, la libertad de dudar, de reírse de lo solemne y de desafiar lo sagrado, es un logro humano precioso y frágil. Un logro que debemos defender con la misma firmeza con la que defendemos cualquier otro derecho humano.En un mundo donde aún hay naciones donde blasfemar puede costarte la vida, levantar la voz por este derecho es un acto de solidaridad con los oprimidos. Es decir, alto y claro, que ninguna idea, por muy antigua o muy venerada que sea, merece estar protegida por leyes que castigan el pensamiento.El derecho a la blasfemia es, en última instancia, el derecho a ser humano. A equivocarnos, a cuestionar, a crear, a destruir ídolos y a construir nuevos entendimientos. Es la libertad de explorar los límites de nuestro propio pensamiento, sin miedo a la espada del verdugo o al dedo acusador de la multitud. Defender este derecho es defender la esencia misma de una sociedad abierta, valiente y verdaderamente libre.
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