Hoy nos reunimos para reflexionar sobre una paradoja que duele en lo más profundo de nuestra humanidad. Mientras en un extremo del planeta el plato de comida se da por sentado, en el otro, un plato vacío es la única certeza. Hablamos del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, una fecha para mirar de frente una realidad incómoda y actuar.Imaginen por un momento el viaje de un solo alimento. Una semilla que se planta con esperanza, que un agricultor riega con esfuerzo bajo el sol. Una fruta que crece lentamente, se recolecta con cuidado, se transporta a lo largo de kilómetros. Llega a nuestros mercados, a nuestras manos, a nuestras cocinas. Es un viaje de recursos preciosos: agua, tierra, energía y trabajo humano. Un viaje que, con demasiada frecuencia, termina en el cubo de la basura.Ese tomate que se estropea en el fondo de la nevera, el pan del día anterior que ya no parece apetecible, las sobras del plato que no guardamos. Parecen actos pequeños, insignificantes. Pero multiplicados por millones de hogares, por cadenas de supermercados, por restaurantes y por campos de cultivo, se convierten en una montaña de despropósito. Cada año, un tercio de todos los alimentos producidos para el consumo humano no llega a ningún estómago. Se pierde en el camino o se desperdicia al final del trayecto.Esta cifra no es solo un número. Tiene rostro. Es el rostro del agricultor que ve cómo su cosecha no cumple con un estándar estético arbitrario y se descarta antes de siquiera salir del campo. Es el rostro de una familia que debe elegir entre comprar comida o pagar la luz, mientras ven cómo se desechan productos perfectamente comestibles. Es el rostro de un planeta exhausto, cuyos recursos finitos se explotan para alimentar no a las personas, sino a los vertederos.El coste de este despilfarro es triple y nos golpea a todos. Es un coste ambiental desolador. El desperdicio de alimentos es una de las mayores fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero. Si fuera un país, sería el tercer mayor contaminante del mundo, solo por detrás de China y Estados Unidos. Se talan bosques, se gastan océanos de agua dulce y se pierde biodiversidad, todo para producir comida que nunca será consumida.Es un coste económico que debilita nuestras sociedades. Se pierden billones de dólares anualmente, un golpe brutal para la economía global y, especialmente, para los pequeños productores que ven esfumarse su ya de por sí escaso margen de beneficio.Y, el más doloroso de todos, es un coste social y moral. En un mundo con capacidad más que suficiente para alimentar a toda su población, cientos de millones de personas se acuestan con hambre cada noche. El simple acto de tirar comida que podríamos haber consumido se convierte en un fracaso colectivo. Es un golpe de injusticia que resuena en la conciencia de cualquiera que se pare a pensarlo.La solución comienza con la conciencia. Al planificar nuestra compra, al almacenar correctamente los alimentos, al entender que las fechas de caducidad y de consumo preferente no son lo mismo. Al aprovechar las sobras con creatividad, convirtiendo un plato de ayer en un nuevo manjar hoy. Al comprar frutas y verduras imperfectas, que son igual de sabrosas y nutritivas, y así enviar un mensaje claro al mercado.Las empresas tienen la responsabilidad de optimizar sus cadenas de suministro, de donar los excedentes de manera segura, de repensar sus estándares de calidad. Los gobiernos deben crear políticas que incentiven la reducción del desperdicio y faciliten la redistribución de alimentos.Este día nos invita a un cambio de mentalidad. A ver la comida no como un producto commodity, desechable, sino como un bien precioso, cargado de historia, de esfuerzo y de vida. A recuperar el valor sagrado del alimento. A recordar que cada bocado que salvamos del cubo de la basura es un acto de respeto. Respeto por el planeta que nos sustenta, por las manos que lo cultivaron y, fundamentalmente, por aquellos que no tienen la suerte de tener qué comer.Hagamos de este día un punto de inflexión. Que nuestra reflexión de hoy se traduzca en acción mañana. En cada comida que planificamos, en cada sobra que aprovechamos, en cada decisión de consumo que tomamos. Porque en la batalla contra el desperdicio de alimentos, no hay gesto pequeño. Cada alimento salvado es un triunfo de la sensatez, un paso hacia un mundo más justo y sostenible. Un mundo donde el viaje de la semilla al plato sea, siempre, un viaje con un final digno.
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