Muy buenos días. Hoy nos reunimos para celebrar a una criatura que ha saltado directamente de la naturaleza a nuestro corazón: el conejo. Hoy es su día internacional, un día dedicado por completo a honrar a estos pequeños seres de mirada dulce y patitas inquietas.Hablar del conejo es hablar de la vida misma. Son, ante todo, un símbolo de fertilidad y renacimiento, una fuerza de la naturaleza que nos recuerda la capacidad de crecer y prosperar. Su presencia en casi todos los continentes habla de una adaptabilidad admirable, de una quietud vigilante y una energía que parece inagotable. Ver a un conejo en un campo al atardecer, con esas orejas que captan cada susurro del viento, es presenciar un momento de perfecta armonía con el mundo.Pero su importancia va mucho más allá de lo simbólico. En el gran teatro de la naturaleza, el conejo juega un papel fundamental. Son jardineros sin quererlo, al dispersar semillas con sus movimientos. Excavadores incansables, cuyas madrigueras, ese laberinto secreto bajo nuestros pies, sirven después de refugio para otras especies. Son un eslabón crucial en la cadena alimenticia, un testamento de cómo cada vida, por pequeña que sea, sostiene el equilibrio del ecosistema. Sin ellos, el campo, el bosque, la pradera, serían más silenciosos, menos diversos.Y luego está su relación con nosotros, los humanos. Una relación de mil caras. Por un lado, han sido durante siglos una fuente vital de alimento y de piel. Aparecen en nuestro folclore como astutos compañeros de aventuras, o como la tierna mascota de los más pequeños de la casa. ¿Quién no recuerda las fábulas donde el conejo, con su ingenio, vence al oso o al zorro? O quién no ha sentido una sonrisa al ver la confianza de un conejo doméstico, ronroneando de contentmento sobre nuestras rodillas.Es precisamente en los hogares donde muchos conejos han encontrado un nuevo rol, el de compañero fiel. Ya no son solo el animal de la granja al fondo del jardín. Son miembros de la familia con personalidades únicas. Los hay curiosos, traviesos, tímidos, audaces. Nos enseñan la delicadeza, la necesidad de un trato suave y respetuoso. Su lenguaje silencioso, un ligero golpeteo con la pata, un suave lametón, un curioso olfateo, nos obliga a escuchar de otra manera, a prestar atención a los detalles más sutiles. Cuidar de un conejo es una lección de paciencia y de amor incondicional.Sin embargo, esta celebración también tiene una sombra de responsabilidad. Porque no todos los conejos tienen la suerte de una madriguera segura o un hogar cálido. Muchos enfrentan los peligros de la pérdida de su hábitat, de la caza indiscriminada, o del abandono cuando la noviedad de tenerlos como mascota se desvanece. Celebrar su día es también un recordatorio de nuestro deber hacia ellos. De proteger sus espacios naturales, de apoyar a las asociaciones que rescatan y cuidan de los que han sido abandonados, y de promover una tenencia responsable. Un conejo no es un juguete, es un ser vivo que depende por completo de nuestra compasión y nuestro cuidado.Así que hoy, en este Día Internacional del Conejo, hagamos una pausa. Pensemos en su salto ágil, en su nariz que no para de moverse, en esa mirada que parece contener la tranquilidad de los campos abiertos. Honrémoslos aprendiendo más sobre sus necesidades, siendo voces para los que no tienen voz, y simplemente, apreciando la belleza simple y profunda que aportan a nuestro mundo.Que este día nos recuerde la importancia de proteger a todas las criaturas, grandes y pequeñas. Porque en el suave hop de un conejo, late un eco del pulso mismo de la Tierra, un recordatorio de la vulnerabilidad y la resistencia de la vida. Feliz Día del Conejo.
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